Un día, por la mañana, Karlsefni y sus hombres vieron que algo resplandecía en la parte más
distante del claro, y vocearon para llamar su atención.
Aquello se movió y resultó ser un unípedo que se acercó brincando a la nave donde Thorvald, el
hijo de Eirik el Rojo, estaba sentado al timón.
El unípedo le disparó una flecha que lo alcanzó en la ingle.
Thorvald se arrancó la flecha y dijo:
«Es un país rico este que hemos encontrado; una capa de grasa viste mis entrañas».
Poco después la herida acababa con él.
El unípedo escapó velozmente en dirección norte.
Karlsefni y sus hombres trataron de darle caza y lo vislumbraron más de una vez mientras
proseguía su huida.
Finalmente desapareció dentro de un arroyo y los perseguidores se resignaron al fracaso y
regresaron.
Uno de los hombres recitó esta estrofa:
«Sí, es cierto, nuestros hombres acosaron al unípedo camino del mar; la sobrenatural criatura
corría como el viento por encima de la tierra más áspera; escucha esto, Karlsefni.»
Entonces se alejaron navegando con rumbo norte, y pensaron que podían visitar la Tierra del
unípedo, pero decidieron no arriesgar más veces la vida de la tripulación.
Calcularon que las montañas que tenían al alcance de la vista se correspondían a grandes rasgos con aquellas que había en Hope, y que todas formaban parte de la misma cordillera, y estimaron que ambas regiones equidistaban de Straumfjord.
Regresaron a Straumfjord y pasaron allí el tercer invierno.
Pero entonces las riñas se desataban con reiterada frecuencia; aquellos que seguían solteros
importunaban continuamente a los hombres casados.
Transcurría el primer otoño cuando nació Snorri, el hijo de Karlsefni; tenía tres años cuando se marcharon.
Se hicieron a la mar delante de un viento del sur y llegaron a Markland, donde toparon con cinco skraelingar, un hombre barbado, dos mujeres y dos niños.
Karlsefni y sus hombres capturaron a los dos niños, pero los otros lograron zafarse y
desaparecieron debajo de la tierra.
Llevaron a los niños con ellos, les enseñaron a hablar su lengua y los bautizaron.
Los niños dijeron que su madre se llamaba Vaetild y su padre Ovaegir.
Contaron que dos reyes, uno de los cuales se llamaba Avaldamon y el otro Valdidida, reinaban en el país de los skraelingar.
Dijeron que allí no había casas y que la gente vivía en cuevas o en hoyos excavados en la tierra, y que también había un país al que se accedía atravesando el suyo, en el que la gente iba por todas partes vestida de blanco y profería alaridos y llevaba palos de los que pendían pedazos de tela.
Se piensa que ese país era Hvitra-mannaland (la Tierra de los Hombres Blancos). Por fin arribaron a Groenlandia y pasaron el invierno en compañía de Eirik el Rojo.
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