Había un hombre llamado Thorfinn Karlsefni, que era el hijo de Thord Cabeza de Caballo, y que vivía en el norte de Islandia, en Skagafjord, en un lugar antes llamado Reynines y que hoy se llama Stad.
Karlsefni era un hombre muy rico y de noble linaje; su madre se llamaba Thorunn.
Era un mercader al que su oficio llevaba a mares lejanos, y tenía buena reputación como tal.
Un verano aparejó su nave para emprender viaje a Groenlandia; Snorri Thorbrandsson de
Alptafjord se unió a él, y reunieron cuarenta hombres entre los dos.
Un hombre llamado Bjarni Grimolfsson, de Breidafjord, y su socio, un hombre llamado Thorhall Gamlason, de los fiordos del Este, aparejaron también su nave para viajar a Groenlandia aquel mismo verano, con otros cuarenta hombres a bordo.
Cuando todo estuvo preparado, los dos barcos se hicieron a la mar.
No hay relato alguno que diga cuánto tiempo estuvieron en el mar, pero ambas naves arribaron a Eiriksfjord en otoño.
Eirik y algunos otros colonos bajaron a caballo hasta donde descansaban las naves, y el comercio que siguió contentó a todos.
Los capitanes invitaron a Eirik a que tomara lo que quisiera de entre sus mercancías; Eirik no iba a ser menos en lo que a generosidad se refiere e invitó a ambas tripulaciones a que se alojaron en Brattahlid durante todo el invierno.
Los comerciantes aceptaron su oferta y fueron a casa de Eirik.
Acarrearon sus mercaderías a Brattahlid, donde había bastantes almacenes, todos ellos amplios y apropiados, y allí las guardaron.
Los comerciantes pasaron un agradable invierno en compañía de Eirik, pero, a medida que se
acercaba la Navidad, éste mostraba cada vez mayor tristeza.
Un día Karlsefni habló a Eirik y dijo:
«¿Hay algo que marche mal, Eirik? Siento que estás mucho más decaído que antes.
Nos has brindado la hospitalidad más sincera y es nuestro deber corresponder a tu amabilidad lo mejor que podamos.
Cuéntame, ¿cuál es la causa de tus preocupaciones?».
«Habéis aceptado mi hospitalidad con cortesía y buenas maneras», respondió Eirik, «y no se me
ocurre a mí pensar que nuestro mutuo trato vaya a traeros descrédito alguno, sino muy al contrario. Estoy triste porque no me gustaría que se dijera que soportasteis una Navidad tan miserable como la que ahora se anuncia».
«No hay razón para tus temores, Eirik», dijo Karlsefni.
«Trajimos con nosotros malta, harina y trigo en abundancia, y se encuentra a tu disposición todo lo que de ello precises para preparar un banquete tan copioso como tu generosidad exige.»
Karlsefni era un hombre muy rico y de noble linaje; su madre se llamaba Thorunn.
Era un mercader al que su oficio llevaba a mares lejanos, y tenía buena reputación como tal.
Un verano aparejó su nave para emprender viaje a Groenlandia; Snorri Thorbrandsson de
Alptafjord se unió a él, y reunieron cuarenta hombres entre los dos.
Un hombre llamado Bjarni Grimolfsson, de Breidafjord, y su socio, un hombre llamado Thorhall Gamlason, de los fiordos del Este, aparejaron también su nave para viajar a Groenlandia aquel mismo verano, con otros cuarenta hombres a bordo.
Cuando todo estuvo preparado, los dos barcos se hicieron a la mar.
No hay relato alguno que diga cuánto tiempo estuvieron en el mar, pero ambas naves arribaron a Eiriksfjord en otoño.
Eirik y algunos otros colonos bajaron a caballo hasta donde descansaban las naves, y el comercio que siguió contentó a todos.
Los capitanes invitaron a Eirik a que tomara lo que quisiera de entre sus mercancías; Eirik no iba a ser menos en lo que a generosidad se refiere e invitó a ambas tripulaciones a que se alojaron en Brattahlid durante todo el invierno.
Los comerciantes aceptaron su oferta y fueron a casa de Eirik.
Acarrearon sus mercaderías a Brattahlid, donde había bastantes almacenes, todos ellos amplios y apropiados, y allí las guardaron.
Los comerciantes pasaron un agradable invierno en compañía de Eirik, pero, a medida que se
acercaba la Navidad, éste mostraba cada vez mayor tristeza.
Un día Karlsefni habló a Eirik y dijo:
«¿Hay algo que marche mal, Eirik? Siento que estás mucho más decaído que antes.
Nos has brindado la hospitalidad más sincera y es nuestro deber corresponder a tu amabilidad lo mejor que podamos.
Cuéntame, ¿cuál es la causa de tus preocupaciones?».
«Habéis aceptado mi hospitalidad con cortesía y buenas maneras», respondió Eirik, «y no se me
ocurre a mí pensar que nuestro mutuo trato vaya a traeros descrédito alguno, sino muy al contrario. Estoy triste porque no me gustaría que se dijera que soportasteis una Navidad tan miserable como la que ahora se anuncia».
«No hay razón para tus temores, Eirik», dijo Karlsefni.
«Trajimos con nosotros malta, harina y trigo en abundancia, y se encuentra a tu disposición todo lo que de ello precises para preparar un banquete tan copioso como tu generosidad exige.»
Eirik aceptó la oferta, y se hicieron los preparativos para la fiesta de Navidad, y ésta resultó tan
completa que los convidados pensaron que pocas veces habían asistido a una tan magnífica.
Pasada la Navidad Karlsefni se acercó a Eirik y le pidió la mano de Gudrid Thorbjarnardottir, a quien creía bajo la tutela de Eirik, porque pensaba que era una mujer hermosa y capaz.
Eirik le aseguró que respaldaría firmemente su petición, y dijo que ella era merecedora del mejor partido.
«Y es probable que ella cumpla su destino casándose contigo», dijo.
Añadió que había oído a muchos elogiar a Karlsefni.
Transmitieron a Gudrid la oferta de matrimonio y ella consintió en aceptar el consejo de Eirik, y, para no hacer de ello una larga historia, el resultado fue que se celebró el matrimonio, y que a la fiesta de Navidad sucedió la fiesta de bodas. Aquel invierno en Brattahlid les regaló días felices, y jugaron al ajedrez, se contaron historias y gozaron de los muchos entretenimientos que dan calor a una familia.
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