Sucedió que Thorstein Eiriksson pidió la mano de Gudrid Thorbjarnardottir; la petición fue bien recibida tanto por ella como por su padre, Thorbjorn.
Se llegó a un acuerdo, y Thorsíein tomó por esposa a Gudrid en Brattahlid, en otoño.
El banquete de bodas estuvo muy concurrido y fue del gusto de todos.
Thorstein poseía una granja en Lysufjord, en la Colonia Occidental.
Otro hombre, también llamado Thorstein, era dueño de la mitad de aquella propiedad, y tenía una mujer llamada Sigrid.
Thorstein Eiriksson, junto con su mujer Gudrid, se mudó a Lysufjord en otoño para pasar el invierno con su tocayo, y allí se les dio una cálida bienvenida.
A comienzos del invierno una enfermedad brotó entre los habitantes de la granja.
El capataz, un hombre impopular llamado Gardi, fue el primero en caer enfermo y en morir.
En seguida muchos otros contrajeron el mismo mal, y fueron muriendo uno tras otro.
También enfermaron Thorstein Eiriksson y Sigrid, la mujer de su tocayo.
Una noche Sigrid quiso salir al retrete que había frente a la puerta principal.
Gudrid la acompañó.
Mientras aún estaban fuera, mirando hacia la puerta, Sigrid gritó:Se llegó a un acuerdo, y Thorsíein tomó por esposa a Gudrid en Brattahlid, en otoño.
El banquete de bodas estuvo muy concurrido y fue del gusto de todos.
Thorstein poseía una granja en Lysufjord, en la Colonia Occidental.
Otro hombre, también llamado Thorstein, era dueño de la mitad de aquella propiedad, y tenía una mujer llamada Sigrid.
Thorstein Eiriksson, junto con su mujer Gudrid, se mudó a Lysufjord en otoño para pasar el invierno con su tocayo, y allí se les dio una cálida bienvenida.
A comienzos del invierno una enfermedad brotó entre los habitantes de la granja.
El capataz, un hombre impopular llamado Gardi, fue el primero en caer enfermo y en morir.
En seguida muchos otros contrajeron el mismo mal, y fueron muriendo uno tras otro.
También enfermaron Thorstein Eiriksson y Sigrid, la mujer de su tocayo.
Una noche Sigrid quiso salir al retrete que había frente a la puerta principal.
Gudrid la acompañó.
«¡Oh!».
«Hemos sido muy imprudentes», dijo Gudrid.
«No deberías haber salido con este frío. Apresurémonos a entrar en casa.»
«No voy a entrar ahora», replicó Sigrid, «porque todos los muertos están alineados ante la puerta. Puedo ver a tu marido Thorstein entre ellos y también puedo verme a mí misma allí.
¡Qué horrible visión!».
Pero aquello pasó y Sigrid dijo:
«Ya no los veo».
También se había desvanecido el capataz muerto, a quien ella creía haber visto azotando a los
otros con un látigo. Tras esto las mujeres volvieron adentro.
A la mañana siguiente Sigrid ya había muerto, e hicieron un ataúd para ella.
Aquel mismo día algunos hombres salieron de pesca, y Thorstein de Lysufjord los acompañó hasta el embarcadero; al anochecer bajó otra vez a ver cuánto habían pescado.
Entonces Thorstein Eiriksson le envió un mensaje pidiéndole que volviera en seguida porque el
desorden reinaba en la casa, y el cadáver de Sigrid trataba de levantarse para meterse en la cama con él.
Cuando Thorstein de Lysufjord regresó, ella ya estaba junto al lecho de su tocayo; la agarró con fuerza y le clavó un hacha en el pecho.
Thorstein Eiriksson murió al anochecer.
El otro Thorstein le dijo a Gudrid que se acostara y que durmiera, asegurándole que él velaría los cadáveres hasta el día siguiente.
Ella se metió en la cama y cayó dormida al instante.
Recién entrada la noche, el cadáver de Thorstein Eiriksson se incorporó y habló; dijo que quería que Gudrid acudiera a su presencia, pues deseaba hablar con ella:
«Es la voluntad de Dios que a mí se me conceda esta hora para que pueda arrepentirme de lo que hice en vida».
El otro Thorstein fue en busca de Gudrid y la despertó.
Le dijo que se santiguara y que rezara pidiendo ayuda a Dios.
«Thorstein Eiriksson me ha dicho que quiere hablarte», dijo.
«Debes decidir qué hacer por ti misma; yo no puedo señalarte el camino».
Gudrid contestó:
«Es muy probable que este misterioso acontecimiento termine en algo que se recuerde para
siempre. Pero confío en la protección divina, y contando con la misericordia de Dios, correré el riesgo de hablar con él, pues nunca podría evitar sufrir daño si ello es a lo que se me ha destinado, y peor aún sería que su cadáver echase a andar y nos siguiese rondando, como sospecho que sucedería si yo eligiera el camino más fácil».
Así que Gudrid fue a ver a Thorstein, y le pareció que estaba derramando lágrimas.
Thorstein le susurró al oído unas pocas palabras que sólo ella pudo oír, y entonces dijo:
«Benditos sean aquellos que son fieles a su fe, porque hallarán salvación y misericordia; pero»,
añadió, «hay muchos que no cumplen como deben con los preceptos de su fe».
«Es una mala costumbre la que se ha adquirido aquí en Groenlandia tras la llegada del
cristianismo, dar sepultura a la gente en tierra no consagrada, sin apenas honras fúnebres.
Quiero que me llevéis a la iglesia en compañía de aquellos otros que han muerto aquí, todos
excepto Gardi, a quien quiero que quemen en una pira tan pronto como sea posible, porque es él el responsable de todos los encantamientos que han tenido lugar aquí este invierno.»
También le habló a Gudrid acerca de su futuro y le predijo un destino magnífico, pero le advirtió que no debía casarse con un groenlandés.
Por último la instó a que donara el dinero de ambos a la Iglesia o lo repartiese entre los pobres; y, dicho esto, se desplomó por segunda vez.
Era costumbre en Groenlandia, desde la llegada del cristianismo, enterrar a la gente en suelo no consagrado, cerca de las granjas donde hubieran muerto; se hincaba en la tierra una estaca
encima del pecho del difunto, y más tarde, cuando llegaban los sacerdotes, arrancaban la estaca y derramaban agua bendita en el hoyo, y se celebraban las exequias, sin que importara el tiempo transcurrido desde el entierro.
Llevaron los cuerpos a la iglesia de Eiriksfjord y los sacerdotes oficiaron los funerales.
Algún tiempo después murió Thorbjorn Vifilsson, y su hija Gudrid lo heredó todo.
Eirik el Rojo la acogió en Brattahlid y cuidó bien de ella y de todos sus asuntos.
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