Por aquel tiempo hubo verdadera hambre en Groenlandia.
Aquellos que habían partido en expediciones de caza habían tenido poco éxito y algunos de ellos ni siquiera volvieron.
Había en la Colonia una mujer que se llamaba Thorbjorg; era profetisa y la conocían con el nombre de la Pequeña Sibila.
Había tenido nueve hermanas, pero ella era la única que seguía viva.
Era su costumbre asistir a las fiestas en invierno; la invitaban siempre, especialmente aquellos que sentían una mayor curiosidad por conocer su propio porvenir o las perspectivas de la estación.
Siendo Thorkel de Herjolfsnes el principal granjero del distrito, se pensaba que era suya la
responsabilidad de averiguar cuándo llegarían a su fin las penalidades por las que atravesaban.
Así pues, Thorkel invitó a la adivina a su casa y preparó para ella un buen recibimiento, como era costumbre cuando se recibía a una mujer de su condición.
Se dispuso un sitial para ella y se colocó en él un cojín, relleno, como debía, de plumas de gallina.
Llegó al caer la noche con el hombre que había sido enviado a escoltarla. Iba vestida de esta manera: llevaba una capa azul atada con tiras de cuero, toda ella adornada con gemas hasta el dobladillo; tenía un collar de cuentas de vidrio; cubría su cabeza una capucha negra de piel de cordero, forrada con la piel de un gato blanco.
Llevaba un bastón con empuñadura de cobre incrustada de piedras preciosas.
Rodeaba su cintura un cinto de yesca, del cual pendía una bolsa grande y en ésta guardaba los
talismanes que necesitaba para su magia.
Calzaba sus pies con peludos zapatos de piel de becerro cuyos largos y gruesos cordones
terminaban en grandes botones de latón.
Enfundaba sus manos en guantes de piel de gato forrados de piel blanca.
Cuando ella entró en la sala, todos se sintieron obligados a darle una respetuosa bienvenida, y
Thorbjorg respondió a cada uno según la opinión que le merecía.
Thorkel la tomó de la mano y la condujo al asiento que habían preparado para ella.
Le pidió entonces que posara la mirada sobre su casa, su familia y sus rebaños.
Por el momento ella tenía poco que decir.
Más tarde sirvieron las mesas; y esto es lo que tuvo de comida la profetisa: le dieron gachas
hechas con leche de cabra, y un segundo plato de corazones de las varias clases de animales de
que allí se podía disponer.
Usó una cuchara de latón, y un cuchillo con mango de colmillo de morsa montado con dos anillos
de cobre, y con la punta de la hoja rota.
Cuando hubieron recogido las mesas, Thorkel se acercó a Thorbjorg y le preguntó si la habían
complacido su casa y el comportamiento de los presentes, y que cuánto tardaría en responder a la
pregunta cuya respuesta todos ansiaban conocer.
Ella replicó que no daría respuesta alguna hasta la mañana siguiente, una vez hubiera pasado allí
la noche durmiendo.
Avanzado el día siguiente, la proveyeron de todos los preparados que necesitaba para sus
brujerías.
Solicitó la ayuda de aquellas mujeres que recordaran los conjuros, conocidos por el nombre de
Vardlokur (Cantos de Vardlok), de los que precisaba para hacer su magia, pero ninguna tenía
noción alguna de aquella ciencia.
Así que se hicieron averiguaciones entre toda la gente de la granja para ver si alguien conocía los
cantos.
Entonces Gudrid dijo:
«No soy ni una hechicera ni una bruja, pero cuando vivía en Islandia mi madre adoptiva, Halldis, me enseñó conjuros a los que llamaba Cantos de Vardlok».
Thorbjorg dijo:
«Entonces es ésta una buena oportunidad de aprovechar tus conocimientos».
«Ésta es la clase de saber y ceremonia con la que no quiero tener nada que ver», dijo Gudrid,
«porque soy cristiana».
«Bien pudiera ser», dijo Thorbjorg, «que con esto sirvieras de ayuda a otros, y no por ello serías una mujer peor.
Pero lo dejaré en manos de Thorkel, puesto que él es quien debe proveerme de todo lo necesario».
Así que Thorkel hizo valer la ascendencia que tenía sobre Gudrid, y ésta consintió en hacer lo que él deseaba.
Las mujeres formaron un círculo en torno a la plataforma ritual, sobre la que tomó asiento la propia Thorbjorg.
Entonces Gudrid cantó los cantos tan bien y tan bellamente que los presentes estaban seguros de que jamás habían oído voz más hermosa.
La profetisa le dio las gracias por su canto.
«Hay ahora aquí muchos espíritus», dijo Thorbjorg, «a los que hechizó el cantar, y que antes
habían intentado rehuirnos para no debernos obediencia.
Y ahora se me revelan muchas cosas que antes permanecían ocultas, tanto para mí como para los otros».«Y os digo que esta hambre no durará mucho más, y que todo mejorará con la llegada de la
primavera. La epidemia, que ha persistido durante tanto tiempo, remitirá antes de lo esperado.»
«Y en cuanto a ti, Gudrid, te recompensaré en este mismo instante por la ayuda que nos has
prestado, pues ahora puedo ver tu entero destino con gran claridad.
Contraerás el más distinguido de los matrimonios, aquí en Groenlandia, pero no durará mucho ya
que todos tus caminos conducen a Islandia.
Allí iniciarás un linaje grande y eminente, y sobre tu progenie brillará una luz muy clara.
Y ahora, hija mía, adiós y que la suerte te acompañe.»
Entonces todos se acercaron a la profetisa y cada uno preguntaba aquello que más deseaba saber.
Ella les respondió de buena gana, y hubo pocas cosas que no sucedieran tal como ella había
predicho.
Luego llegó un mensajero desde una granja vecina buscando a Thorbjorg y ella marchó con él.
En cuanto la profetisa se hubo ido enviaron a por Thorbjörn, que se había negado a quedarse en la casa mientras se llevaban a cabo tales prácticas paganas.
El tiempo mejoró rápidamente a medida que se acercaba la primavera, tal como Thorbjorg había anunciado.
Thorbjörn aparejó su nave y partió hacia Brattahlid, donde Eirik el Rojo lo recibió con los brazos abiertos, y dijo que le alegraba su llegada.
Thorbjörn y su familia pasaron con Eirik el invierno siguiente.
Y ya en primavera Eirik dio a Thorbjörn tierras en Stokkaness, donde éste construyó una buena casa en la que vivió de entonces en adelante.
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