10/23/2016

V LEIF DESCUBRE VINLANDIA

Eirik estaba casado con una mujer llamada Thjodhild, y tenía dos hijos, Thorstein y Leif; ambos eran jóvenes muy prometedores.
Thorstein vivía en casa con su padre, y nadie en Groenlandia era juzgado tan prometedor, en aquel tiempo.
En verano Leif había partido de Groenlandia con destino a Noruega, donde residiría junto al rey Olaf Tryggvason.
Pero durante el viaje su nave fue arrastrada fuera de rumbo, yendo a parar a las Hébridas.
Él y sus hombres permanecieron allí durante la mayor parte del verano en espera de vientos
favorables.
Leif se enamoró allí de una mujer llamada Thorgunna; era de noble cuna, y Leif se dio cuenta de que era dueña de una especial sabiduría.
Cuando estaba a punto de partir, Thorgunna le preguntó si podía ir con él.
Leif preguntó a su vez si sus parientes lo consentirían, y ella le respondió diciendo que no le
importaba.
Leif replicó que no juzgaba prudente raptar a una mujer tan bien nacida en un país extraño,


«porque no somos suficientes para salir con bien de la empresa».
«No estoy segura de que prefieras seguir el otro camino», dijo Thorgunna.
«Correré ese riesgo», replicó Leif.
«Entonces debo revelarte», dijo Thorgunna,
«que estoy embarazada, y que tú eres responsable del niño que espero. Presiento que daré a luz un hijo varón, cuando llegue el momento, y aun cuando tú te niegues a dejar que ello te afecte, me propongo criar al niño y enviártelo a Groenlandia tan pronto como pueda viajar en compañía de otros. Tengo la sensación de que tener un hijo conmigo te disgustará más de lo que te complace abandonarme.
Y de cualquier modo yo también tengo la intención de ir a Groenlandia alguna vez».


Leif le dio un anillo de oro, una capa de lana groenlandesa tejida en casa y un cinturón de marfil de morsa.
El niño, al que llamaron Thorgils, llegó tiempo más tarde a Groenlandia, y Leif lo reconoció como hijo suyo.
Algunas gentes cuentan que este Thorgils llegó a Islandia el verano anterior a que acontecieran las Maravillas del río Frod.
Thorgils marchó después a Groenlandia, y dicen que desde entonces y para siempre algo
misterioso pareció acompañarle.
Leif y sus hombres salieron navegando de las Hébridas y llegaron a Noruega en otoño.
Se unió a la corte del rey Olaf Tryggvason, que lo honró grandemente y lo juzgó hombre de
talento.


En cierta ocasión el rey habló con Leif y le dijo:
«¿Tienes la intención de ir en tu nave a Groenlandia este verano?» «Sí», respondió Leif, «si dais
vuestro consentimiento».
«Pienso que sería una buena idea», dijo el rey.
«Has de ir allí con la misión que ahora te encomiendo: predicar el cristianismo en Groenlandia.»
Leif dijo que era propio del rey mandar, pero añadió que en su opinión era esa una misión difícil de llevar a buen término en Groenlandia.
El rey replicó que no se le ocurría nadie mejor dotado que él para llevar a cabo aquella empresa,
«y tu buena estrella te ayudará».
«Ello sólo será así», dijo Leif, «si también cuento con el amparo de la vuestra».

Leif se hizo a la vela en cuanto estuvo dispuesto; tropezó con sucesivas dificultades en el mar, y
finalmente dio con unas tierras cuya existencia nunca hubiera sospechado.
Había allí campos de trigo silvestre,
«trigo que se sembró a sí mismo», y vides, y arces entre otros muchos árboles.
Tomaron muestras de todas aquellas cosas.
Leif se encontró con algunos marinos cuyo barco había naufragado y los llevó con él a su casa y
les brindó su hospitalidad, acogiéndolos durante todo el invierno.
Mostró su gran magnanimidad y bondad rescatando a aquellos náufragos, e iguales cualidades
probaría tener más tarde al introducir el cristianismo en el país.
Desde entonces se le conoció con el nombre de Leif el Afortunado.
Leif desembarcó en Eiriksfjord y volvió a su hogar en Brattahlid donde lo recibieron con los brazos abiertos.
En seguida comenzó a predicar el cristianismo y la fe católica por todo el país, revelando a las
gentes el mensaje del rey Olaf Tryggvason y descubriéndoles cuánta excelencia y cuánta gloria
había en esta fe.
Eirik se resistía a abandonar su vieja religión, pero su mujer, Thjodhild, se convirtió muy pronto e hizo que construyeran una iglesia, aunque no demasiado cerca de la granja.
La llamaron Iglesia de Thjodhild, y allí ella y otros muchos que también habían abrazado el
cristianismo elevaban sus plegarias.
Thjodhild se negó a seguir viviendo con su marido una vez se hubo convertido, y esto apenó
mucho a Eirik.
Se hablaba entonces mucho de ir en busca de aquel país que Leif había descubierto.
El que en ello más destacaba era su hermano Thorstein Eiriksson, hombre popular y bien
informado.
Muchos abordaban también a Eirik el Rojo, pues tenían gran fe en su previsión y buena estrella.
Eirik estaba al principio poco dispuesto, pero no pudo negarse cuando sus amigos lo apremiaron.
Así que aparejaron la nave que Thorbjörn Vifilsson había traído de Islandia y enrolaron una
tripulación de veinte hombres.
Llevaron consigo poco ganado, pero muchas armas y provisiones.
La mañana en que Eirik abandonó su casa para embarcarse, cogió un cofre lleno de oro y plata y lo ocultó.
Después partió a caballo, pero antes de que hubiera ido muy lejos fue arrojado a tierra por su
montura, se rompió algunas costillas, se hirió en el hombro y gritó:


«A-aay».

A raíz de ello envió un mensaje a su mujer pidiéndole que desenterrara el tesoro que había
ocultado, pues creía que había sido castigado por esconderlo.
Entonces se hicieron a la mar desde Eiriksfjord.
Se sentían felices e ilusionados por lo que esperaban encontrar, pero hubieron de lidiar con el mal tiempo, y fueron incapaces de alcanzar los mares que buscaban.


Un día avistaban Islandia; al otro veían pájaros que venían de Irlanda.
Su nave fue zarandeada de un lado a otro a través del océano.
En otoño emprendieron el regreso a Groenlandia y arribaron a Eiriksfjord al comienzo del invierno, derrotados por el desabrigo y la fatiga.


Entonces dijo Eirik:
«En verano, cuando navegabais alejándoos del fiordo, estabais mucho más alegres de lo que
estamos ahora, pero, por si sirve de consuelo, diré que creo que todavía hay muchas cosas
buenas aguardándonos».
«Sería un noble gesto»,opinó Thorstein, «proporcionar lo indispensable a todos aquellos que lo han perdido todo, y encontrarles alojamiento para el invierno».
«Hay mucha verdad en el dicho que afirma que uno nunca sabe hasta que le responden», dijo
Eirik, «y así ha ocurrido en este caso. Se hará como tú propones».


Todos aquellos que no tenían adonde ir bajaron a tierra y se alojaron en la casa de Eirik con éste y con su hijo.

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