10/30/2016

El Año Nuevo de las brujas.

En la tierra de mis abuelos la llaman “La noche más oscura” o “La noche de las brujas”. La noche en la que el velo entre los mundos se hace más tenue, casi imperceptible. Noche mágica y tenebrosa en la que los muertos pueden regresar y caminar entre los vivos como uno más. Noche de brujas,
hechizos y encantamientos. Noche de fantasmas, de historias de terror y de recuerdos.
El sincretismo popular convierte el hogar en una noche de luces tintineantes, cubiertas de aromas a aceites perfumados y hierbas aromáticas. Ceras de miel y velas flotantes que danzan en agua almizclada iluminando con su luz parpadeante rostros queridos, antepasados desconocidos, e infinidad de representaciones religiosas.
Noche para no dormir, pues hay que ver el sol salir. Familias velando cementerios, quien sabe si para proteger a los vivos de los muertos, o para ver levantarse a estos.

Una campanilla colgada del dintel de una ventana entreabierta, hará que las “visitas” puedan avisar antes de entrar. Una cena familiar , una silla vacía por los que ya no están y nos quieren acompañar. Unas gotas de aceite perfumado sobre la almohada y la frente de los niños, para que no importunen sus sueños esta noche. Ramilletes y cuencos con agua salada bajo las camas.

Pues si bien algunos son bien recibidos, a otros muchos, los perdidos, les mantendrá alejados de los niños. Y para ellos, los pequeños de la casa, dulces al amanecer del nuevo día.
 
Costumbres y creencias arraigadas que lejos de desaparecer se fusionaron con la cristianización, hasta crear una extraña suerte de cultos familiares y locales a los difuntos, por toda nuestra geografía. Como alguien me dijo una vez << La verdad ante la imposición se queda latente hasta volver a emerger>>.

La verdad es que esta noche era como conocida como Samhain en las culturas celtas, era el fin de su calendario, el año nuevo, frontera entre lo humano y lo sagrado, lo divino. La puerta al invierno, a la época oscura y fría donde todo queda adormecido a la espera de renacer en la primavera. Época en la que los rebaños bajan de las montañas, las hierbas, los frutos y conservas llenan las alacenas, y la cosecha recogida aguarda en los graneros el paso del invierno.

Los celtas celebraban esta fiesta con ritos de purificación que ayudaban a prepararse para el ciclo entrante, en ellos se recitaban probablemente antiguos mitos, pues su tradición era oral, usando la adivinación para ver lo que estaba por llegar o comunicándose con sus antepasados esperando así, ser guiados en esta vida hacia la inmortal.

Jack O'Lantern.


En el origen de otra de las tradiciones de la noche de Halloween: las famosas calabazas talladas, encontramos también una leyenda de origen celta, a caballo entre Irlanda y Escocia, sobre un tal Jack, apodado el Tacaño – Stingy Jack para los amigos –, un granjero tramposo y estafador que disfrutaba haciendo la vida imposible a sus vecinos. Tan malas artes tenía el individuo, que la gente empezó a compararlo al mismísimo Satanás.
 
El Diablo, a quien llegó aquel rumor, quiso conocer a aquella alma tan negra y demostrar, de paso, que no tenía rival en lo que a maldades se refiere.
 
Disfrazado como un hombre corriente, acudió al pueblo y se puso a beber con Jack en la taberna durante varias horas. Cuando Satanás desveló quien era, y que había ido a llevárselo para hacerle pagar por sus pecados, Jack le pidió una última ronda de vino como última voluntad. El Diablo, que al parecer también tiene su corazoncito, le concedió el deseo.
 
Llegó el momento de abonar las consumiciones y ninguno de los dos tenía dinero suficiente, así que Jack retó a Lucifer a convertirse en una moneda para pagar la ronda y demostrar de paso sus poderes. Satanás lo hizo, pero en lugar de pagar con la moneda, Jack la metió en su bolsillo, donde llevaba un crucifijo de plata.
 
Incapaz de salir de allí, Satanás rogó al granjero que le dejara libre, pero Jack no estuvo dispuesto a hacerlo hasta que no le prometiese que regresaría al infierno y que no lo molestaría durante un año.
 
Pasado el plazo, el Diablo se presentó de Jack con la intención de arrastrarlo al averno y torturarlo por toda la eternidad pero, de nuevo Jack pidió un último deseo. Esta vez, solicitó de Satanás que cogiera una manzana situada en lo alto de un árbol. El Diablo accedió e intentó agarrar la manzana, pero cuando estaba en el árbol Jack aprovechó para tallar una cruz el tronco. Otra vez vencido y atrapado, a Satanás no le quedó más remedio que prometer que no molestaría al malvado Jack el tacaño hasta pasados diez años y que nunca reclamaría su alma ni la conduciría al infierno para atormentarla.
 
Poco tiempo después Jack, el Tacaño, murió. Fue detenido en las puertas del cielo, negándole el acceso a alma tan perversa y enviándolo al averno. Sin embargo, allí tampoco se le permitió entrar, a causa del pacto que había hecho con el Diablo, quien lo expulsó de su reino y lo condenó a vagar por los caminos, donde debía deambular con un nabo hueco en el que un carbón ardiendo sería la única luz que lo guiaría en su vagar entre los reinos del bien y el mal.
 
Con el paso del tiempo, Jack, el Tacaño, fue conocido como Jack el de la Linterna o "Jack of the Lantern", nombre que se abrevió al definitivo "Jack O'Lantern". Esta es la razón de usar nabos (y más tarde calabazas, al ser más grandes y fáciles de tallar) para alumbrar el camino a los difuntos durante la noche de Halloween.

10/27/2016

XIV LOS DESCENDIENTES DE KARLSEFNI

Dos veranos más tarde, Karlsefni regresó a Islandia en compañía de su hijo Snorri, y se dirigió a su granja de Reynines.
Su madre juzgó que se había casado con una mujer indigna de él, y no se quedó aquel primer
invierno en la casa de su hijo.
Pero, cuando tuvo ocasión de comprobar que Gudrid era una mujer excepcional, volvió a casa y se llevó bien con ella.
Snorri Karlsefnisson, el hijo de Karlsefni, tuvo una hija llamada Hallfrid, que sería la madre del obispo Thorlak Runolfsson.
Karlsefni y Gudrid tuvieron otro hijo, llamado Thorbjorn, que sería el padre de Thorunn, la madre del obispo Björn.
Snorri Karlsefnisson tuvo un hijo llamado Thorgeir, que sería el padre de Yngvild, la madre del primer obispo Brand.


                              FIN DE LA SAGA

XIV LOS DESCENDIENTES DE KARLSEFNI

Dos veranos más tarde, Karlsefni regresó a Islandia en compañía de su hijo Snorri, y se dirigió a su granja de Reynines.
Su madre juzgó que se había casado con una mujer indigna de él, y no se quedó aquel primer
invierno en la casa de su hijo.
Pero, cuando tuvo ocasión de comprobar que Gudrid era una mujer excepcional, volvió a casa y se llevó bien con ella.
Snorri Karlsefnisson, el hijo de Karlsefni, tuvo una hija llamada Hallfrid, que sería la madre del obispo Thorlak Runolfsson.
Karlsefni y Gudrid tuvieron otro hijo, llamado Thorbjorn, que sería el padre de Thorunn, la madre del obispo Björn.
Snorri Karlsefnisson tuvo un hijo llamado Thorgeir, que sería el padre de Yngvild, la madre del primer obispo Brand.


                                                             FIN DE LA SAGA

XIII LA MUERTE DE BJARNI GRIMOLFSSON

El barco de Bjarni Grimolfsson fue arrastrado por el viento al Mar de Groenlandia.
Se habían metido, inopinadamente, en aguas infestadas de gusanos y, antes de darse cuenta, el
vientre del barco estaba acribillado bajo sus pies y empezó a hundirse.
Discutieron acerca de lo que debían hacer.
Disponían de un bote que habían protegido con brea hecha con grasa de foca; se dice que los
gusanos de concha no pueden penetrar la madera calafateada tal como aquélla lo había sido.
La mayor parte de la tripulación opinó que debían cargar ese bote con tanta gente como pudiera soportar.
Pero cuando comprobaron la cabida del bote vieron que éste sólo podía llevar a la mitad de ellos.
Entonces Bjarni dijo que los ocupantes del bote debían ser elegidos por sorteo y no atendiendo a su rango.
Pero, desoyendo a Bjarni, todos intentaban meterse en el bote.
Éste, sin embargo, no podía acogerlos a todos, y, comprobado este extremo, acordaron al fin
aceptar la idea de echar a suertes las plazas disponibles.
Cuando se efectuó el sorteo, la fortuna decidió que el propio Bjarni, junto con cerca de la mitad de la tripulación, ganara una plaza, y todos ellos abandonaron el barco para ir en el bote.
Cuando estuvieron en él, un joven islandés que había sido compañero de a bordo de Bjarni le
preguntó:


«¿Vas a dejarme aquí, Bjarni?».
«Así ha de ser», contestó Bjarni.
«Pero no es eso lo que prometiste cuando dejé la granja de mi padre en Islandia para ir contigo», dijo el joven.
«No veo ninguna otra salida», dijo Bjarni.
«¿Se te ocurre a ti algo mejor?»
«Propongo cambiar nuestros puestos; que tú subas aquí y que yo baje ahí.»
«Así se hará», dijo Bjarni.
«Puedo ver que no escatimarás esfuerzo alguno para salvar tu vida, y también veo tu temor a la
muerte.»


Así que intercambiaron sus sitios.
El islandés entró en el bote y Bjarni volvió a bordo de la nave.
Y se dice que Bjarni y todos los que permanecieron con él en el barco perecieron en el Mar de los Gusanos.
Aquellos que pudieron entrar en el bote se alejaron navegando y tocaron tierra, y allí contaron esta historia.

10/26/2016

XII THORVALD EIRIKSSON MUERE

Un día, por la mañana, Karlsefni y sus hombres vieron que algo resplandecía en la parte más
distante del claro, y vocearon para llamar su atención.
Aquello se movió y resultó ser un unípedo que se acercó brincando a la nave donde Thorvald, el
hijo de Eirik el Rojo, estaba sentado al timón.
El unípedo le disparó una flecha que lo alcanzó en la ingle.
Thorvald se arrancó la flecha y dijo:


«Es un país rico este que hemos encontrado; una capa de grasa viste mis entrañas».


Poco después la herida acababa con él.
El unípedo escapó velozmente en dirección norte.
Karlsefni y sus hombres trataron de darle caza y lo vislumbraron más de una vez mientras
proseguía su huida.
Finalmente desapareció dentro de un arroyo y los perseguidores se resignaron al fracaso y
regresaron.
Uno de los hombres recitó esta estrofa:


«Sí, es cierto, nuestros hombres acosaron al unípedo camino del mar; la sobrenatural criatura
corría como el viento por encima de la tierra más áspera; escucha esto, Karlsefni.»


Entonces se alejaron navegando con rumbo norte, y pensaron que podían visitar la Tierra del
unípedo, pero decidieron no arriesgar más veces la vida de la tripulación.
Calcularon que las montañas que tenían al alcance de la vista se correspondían a grandes rasgos con aquellas que había en Hope, y que todas formaban parte de la misma cordillera, y estimaron que ambas regiones equidistaban de Straumfjord.
Regresaron a Straumfjord y pasaron allí el tercer invierno.

   
Pero entonces las riñas se desataban con reiterada frecuencia; aquellos que seguían solteros
importunaban continuamente a los hombres casados.
Transcurría el primer otoño cuando nació Snorri, el hijo de Karlsefni; tenía tres años cuando se marcharon.
Se hicieron a la mar delante de un viento del sur y llegaron a Markland, donde toparon con cinco skraelingar, un hombre barbado, dos mujeres y dos niños.
Karlsefni y sus hombres capturaron a los dos niños, pero los otros lograron zafarse y
desaparecieron debajo de la tierra.
Llevaron a los niños con ellos, les enseñaron a hablar su lengua y los bautizaron.
Los niños dijeron que su madre se llamaba Vaetild y su padre Ovaegir.
Contaron que dos reyes, uno de los cuales se llamaba Avaldamon y el otro Valdidida, reinaban en el país de los skraelingar.
Dijeron que allí no había casas y que la gente vivía en cuevas o en hoyos excavados en la tierra, y que también había un país al que se accedía atravesando el suyo, en el que la gente iba por todas partes vestida de blanco y profería alaridos y llevaba palos de los que pendían pedazos de tela.
Se piensa que ese país era Hvitra-mannaland (la Tierra de los Hombres Blancos). Por fin arribaron a Groenlandia y pasaron el invierno en compañía de Eirik el Rojo.

XI LOS SKRAELINGAR ATACAN

De pronto, una mañana temprano, en primavera, vieron un gran enjambre de canoas de cuero que se acercaba desde el sur, rodeando el promontorio, una horda tan densa que parecía que el
estuario estaba sembrado de carbón, y se blandían palos en todas las canoas.
Los hombres de Karlsefni alzaron sus escudos y los dos grupos se entregaron al comercio.
La tela roja era la mercancía que más deseaban comprar los nativos; también querían comprar
espadas y lanzas, pero Karlsefni y Snorri prohibieron esa venta.
A cambio de las telas entregaban pieles grises.
Los nativos tomaban un palmo de paño rojo por cada piel y ataban las telas alrededor de sus
cabezas.
El trueque se desarrolló de ese modo durante algún tiempo, hasta que la tela empezó a escasear; entonces Karlsefni y sus hombres las cortaron en piezas que no eran más anchas que un dedo, pero los skraelingar pagaron por ellas tanto o más que antes.



Entonces sucedió que un toro que pertenecía a Karlsefni y sus hombres salió a la carrera de los
bosques, bramando furiosamente.
El terror se apoderó de los skraelingar, que corrieron a sus canoas y se alejaron remando hacia el sur y rodearon el promontorio.
Después de aquel suceso los skraelingar no dieron señales de vida durante tres semanas enteras.
Pero a su término los hombres de Karlsefni vieron un enorme número de canoas que se acercaban desde el sur, derramándose como un torrente.
Esta vez blandían los palos en la dirección opuesta a la que sigue el sol y todos los skraelingar
aullaban.
Karlsefni y sus hombres alzaron entonces escudos rojos y avanzaron hacia ellos.
Cuando se produjo el choque nació una feroz batalla, y una granizada de proyectiles partió de las catapultas de los skraelingar y vino volando sobre ellos.
Karlsefni y Snorri vieron cómo izaban una gran esfera de color azul oscuro a un poste.
La esfera pasó volando sobre las cabezas de los hombres de Karlsefni y produjo un horrible
estrépito cuando dio contra el suelo.
Aquello causó en Karlsefni y los suyos espanto tan grande que su único pensamiento fue el de huir, y se retiraron subiendo por las márgenes del río.
No se detuvieron hasta alcanzar unos riscos, donde se aprestaron a ofrecer firme resistencia.
Se aventuró Freydis a salir de su refugio y presenció la huida, y gritó:


«¿Por qué vosotros, hombres tan osados, emprendéis tan vergonzosa fuga ante enemigos tan
miserables como éstos? Deberíais ser capaces de degollarlos como si de ganado se tratara.
Si yo tuviera algún arma estoy segura de que podría enfrentarlos mejor que cualquiera de
vosotros».


Los hombres no prestaban atención alguna a lo que iba diciendo. Freydis trató de unirse a sus compañeros, pero no podía reducir la distancia que la separaba de ellos porque estaba embarazada.
 

Cuando penetró en los bosques en pos de ellos, los skraelingar estaban ya muy cerca.
Frente a ella yacía un hombre muerto, Thorbrand Snorrason, con una piedra incrustada en la
cabeza y con su espada a los pies. Agarró la espada y se dispuso a defenderse.
Cuando los skraelingar vinieron corriendo hacia ella, sacó uno de sus pechos del corpino y dio en él con su espada.
Al ver aquello cundió el pánico entre los skraelingar, que corrieron a sus canoas y huyeron a toda prisa. Karlsefni y los suyos se acercaron a Freydis y encomiaron su bravura.


Dos de ellos habían perecido y cuatro de los skraelingar habían corrido la misma suerte, a pesar de que los enemigos de Karlsefni y sus hombres eran mucho más numerosos.
Retornaron a sus casas y se preguntaron acerca de la fuerza que había atacado desde el interior.
Se dieron cuenta, entonces, de que los únicos atacantes habían sido aquellos que habían venido
en canoa, y que la otra fuerza no había sido sino ilusión.
Los skraelingar hallaron al segundo normando muerto, cuya hacha reposaba a su lado.
Uno de ellos golpeó una roca con ella y la hoja se quebró; y juzgando al hacha carente de valor
porque no había podido aguantar el choque con la piedra, la arrojó lejos.
Karlsefni y los demás ya habían tenido ocasión de comprender que, a pesar de que la tierra aquella era excelente, no podrían disfrutar allí de una vida tranquila y libre de temores a causa de los nativos.
En consecuencia se aprestaron a abandonar el lugar y volver a casa.
Se marcharon navegando en dirección norte a lo largo de la costa.
Tropezaron con cinco skraelingar que dormían envueltos en pieles; junto a ellos había varios
recipientes llenos de tuétano de ciervo mezclado con sangre.
Los hombres de Karlsefni supusieron que habían sido expulsados del grupo que los había atacado, y los mataron.
Llegaron entonces a un promontorio en el que había numerosos ciervos; el promontorio semejaba un gigantesco pastel de estiércol, ya que los animales solían invernar allí.
Poco después Karlsefni y sus hombres llegaron a Straumfjord, donde abundaba todo aquello de lo que necesitaban.
Según cuentan algunos, Bjarni Grimolfsson y Freydis se habían quedado atrás, en Straumfjord, con cien personas, mientras Karlsefni y Snorri navegaban al sur junto con cuarenta hombres y, después de pasar dos meses escasos en Hope, volvían aquel mismo verano.
Karlsefni salió en su nave en busca de Thorhall el Cazador, mientras el resto de los expedicionarios permanecía donde estaba.
Navegó con rumbo norte hasta sobrepasar Kjalarnes y entonces viró hacia el oeste, dejando la
tierra a babor.
Era aquella una región boscosa, salvaje y desierta, y cuando la hubieron atravesado en su mayor parte llegaron a un río que corría en dirección este-oeste hasta perderse en el mar.
Penetraron en la desembocadura del río y se pusieron al pairo junto a la ribera sur.

10/24/2016

X KARLSEFNI VIAJA HACIA EL SUR

Karlsefni navegó con rumbo sur ciñendo la costa, en compañía de Snorri, Bjarni y el resto de la
expedición.
Navegaron durante largo tiempo y el azar los llevó a un río que se deshacía en un lago, renacía y moría en el mar.
Frente a la desembocadura del río se extendían amplios bancos de arena, por lo que sólo podían acceder a ella con la marea alta.
Karlsefni y sus hombres penetraron el estuario, y llamaron Hope (Bahía de la Marea) a aquel
lugar.
Allí encontraron trigo silvestre que crecía en las tierras bajas, y vides en las tierras más altas.
Los peces bullían en todos los arroyos. Cavaron zanjas en la marca que había dejado la marea alta al retirarse; subió la marea, y cuando volvió a bajar había halibuts atrapados en las zanjas.
En los bosques vivía un gran número de animales de todas clases, y el ganado seguía con ellos.
Permanecieron allí durante quince días; olvidados de las penas gozaron de todo.
Pero una mañana temprano miraron en torno y distinguieron nueve canoas de cuero.
Los hombres que iban en ellas agitaban palos que producían un sonido semejante al que hacen los mayales desgranando maíz; el movimiento de los palos seguía el camino del sol.
Karlsefni preguntó:


«¿Qué puede significar esto?».
«Bien pudiera ser una señal de paz», respondió Snorri.
«Cojamos un escudo blanco y vayamos con él a su encuentro.»


Así lo hicieron.
Los recién llegados remaron hacia ellos y los miraron con asombro cuando llegaron a tierra.
Eran pequeños y de malvada apariencia y su pelo descuidado; tenían ojos grandes y anchos
pómulos.
Se quedaron donde estaban durante un rato, maravillándose, y luego se alejaron remando hacia el sur y rodearon el promontorio.
Karlsefni y sus hombres habían construido su poblado sobre una cuesta que daba al lago; algunas de las casas tocaban casi el agua, otras estaban un poco más lejos.
Pasaron allí todo aquel invierno.
No nevó una sola vez y el ganado sobrevivió sin ayuda.

IX THORHALL SE SEPARA

Discutieron entonces el camino que se debía tomar y presentaron sus planes respectivos.
Thorhall el Cazador quería ir hacia el norte, más allá de Furdustrandir y Kjalarnes, para buscar Vinlandia; Karlsefni, por el contrario, quería ceñir la costa en dirección sur, porque creía que el país mejoraría a medida que se alejaran hacia el sur, y juzgaron conveniente poner a prueba ambos proyectos.
Thorhall aparejó su barco en el lugar más abrigado de la isla; sólo nueve hombres
se habían unido a él, el resto de los viajeros acompañó a Karlsefni.
Un día, tras beber un sorbo del barril de agua que acarreaba a bordo de su barco,
Thorhall recitó:


«Estos guerreros de corazón de roble
con un cebo me atrajeron a esta tierra,
con la promesa de bebidas indecibles;
¡ahora podría maldecir este país!
pues yo, el que lleva yelmo,
debo ahora hincarme de rodillas ante un manantial
y arrastrar un barril de agua;
ni una gota de vino ha tocado mis labios.»


Entonces se hicieron a la mar y Karlsefni los acompañó hasta que llegaron a la altura de la isla.
Antes de izar la vela Thorhall cantó:


«Regresemos ahora al hogar de nuestros compatriotas; deja que nuestra nave que cruza el océano a zancadas explore las anchas regiones de la mar mientras estos ansiosos hombres-espada que alaban estas tierras se establecen en Furdustrandir y cuecen ballenas.»


Y con esto se dividieron en dos grupos.
Thorhall y su tripulación navegaron rumbo al norte, más allá de Furdustrandir y Kjalarnes, y trataron de virar hacia el oeste desde allí.
Pero toparon con furiosos vientos de proa que se apoderaron del barco y lo llevaron a Irlanda.
Allí fueron cruelmente vencidos y esclavizados; y allí murió Thorhall.

VIII KARLSEFNI VA A VINLANDIA

Durante ese mismo invierno se habló mucho en Brattahlid acerca de partir en busca de Vinlandia, donde, se decía, había excelentes tierras por ocupar.
A resultas de ello, Karlsefni y Snorri Thorbrandsson aparejaron su nave y se aprestaron a salir en busca de Vinlandia aquel verano.
Bjarni Grimolfsson y Thorhall Gamlason decidieron sumarse a la expedición con su propio barco y con la tripulación que habían traído de Islandia.
Había un hombre llamado Thorvard, que era el yerno de Eirik el Rojo.
Había otro hombre llamado Thorhall, que era conocido por el nombre de Thorhall el Cazador; había estado al servicio de Eirik durante largo tiempo, ocupándose de cazar para él en verano, y de otros muchos cometidos.
Era un hombre inmenso, moreno y tosco. Cada vez más viejo, malhumorado y marrullero, casi siempre taciturno, pero deslenguado cuando hablaba, fue siempre un busca ruidos.
No había tenido mucho trato con el cristianismo desde la llegada de éste a Groenlandia.

No era muy popular, pero él y Eirik habían sido siempre buenos amigos.
Acompañó a Thorvald, el hijo de Eirik, y a los otros porque había pasado por la experiencia de recorrer más de una región salvaje.
Disponían del barco que Thorbjorn Vifilsson había traído de Islandia, y cuando se unieron a
Karlsefni los groenlandeses formaban el grupo más numeroso de la tripulación.
Un total de ciento sesenta personas iba a tomar parte en aquella expedición.
Marcharon primero hacia la Colonia Occidental. Luego fueron a Bjarneyjar (Islas del Oso).
Desde allí navegaron delante de un viento del norte, y después de dos días en el mar avistaron
tierra, decidieron explorarla, y se dirigieron a ella remando en sus botes.
Hallaron allí muchas lajas tan grandes que dos hombres con los pies enfrentados hubieran podido dormir sobre ellas.
Entre los animales de aquellas tierras, eran los zorros los que más destacaban por su número.
Dieron nombre a aquel país, y lo llamaron Helluland (Tierra de Piedras Llanas).
Desde allí navegaron otros dos días con viento norte, hasta que avistaron tierra a proa; era un
país densamente arbolado, y en él abundaban los animales.
Había una isla hacia el sureste donde encontraron osos, por lo que la llamaron Bjarney (Isla del
Oso).
También dieron nombre a la arbolada de tierra firme, Markland (Tierra de Forestas).
Dos días después volvieron a avistar tierra, y hacia ella mantuvieron el rumbo; era un promontorio aquello a lo que se acercaban.
Viraron para bordear el litoral, dejando la tierra a estribor.
Era una costa abierta y no ofrecía puerto natural alguno, sino largas playas y arenales.
Fueron a tierra en sus botes y encontraron la quilla de un barco y por ello dieron el nombre de
Kjalarnes (Cabo de la Quilla) a aquel lugar.
Llamaron Furdustrandir (Riberas Maravillosas) a esa parte de la costa, por lo mucho que habían tardado en recorrerla.
De pronto el litoral mostró, los dientes y hubo entonces bahías; los viajeros entraron en una de
ellas.


Tiempo atrás, cuando Leif Eiriksson compareció ante el rey Olaf Tryggvason y éste le pidió que
predicase el cristianismo en Groenlandia, el propio rey le dio una pareja de escoceses, un hombre llamado Haki y una mujer llamada Hekja.
El rey le dijo a Leif que los empleara especialmente en aquellas misiones que requiriesen la mayor celeridad, ya que podían correr más velozmente que los ciervos.
Leif y Eirik se los habían cedido a Karlsefni para aquella expedición.
Cuando las naves hubieron sobrepasado Furdustrandir, los dos escoceses fueron bajados a tierra y les mandaron correr en dirección sur para explorar el país y los recursos que ofrecía, y que volvieran antes de que hubiera acabado el tercer día.
Llevaban sendos «bjafal» por vestido; el «bjafal» tenía una capucha y aberturas en los costados, carecía de mangas y se abrochaba entre las piernas con un lazo y un botón.
Echaron anclas allí y se quedaron esperando, y a los tres días los escoceses volvieron corriendo a la orilla; uno de ellos traía algunos racimos de uvas, y el otro unas pocas espigas de trigo silvestre.
Dijeron a Karlsefni que creían que habían dado con una buena tierra.
Fueron conducidos a bordo, y reemprendieron la navegación hasta llegar a un fiordo, en el que
entraron con sus naves.
En su embocadura había una isla alrededor de la cual fluían muy poderosas corrientes, y por ello la llamaron Straumsey (Isla de las Corrientes).
Había allí tantos pájaros que uno apenas podía plantar el pie entre sus huevos.
Los marinos siguieron fiordo adentro, y lo llamaron Straumfjord (Fiordo de la Corriente),
descargaron sus barcos y dispusieron lo necesario para establecerse allí.
Habían llevado con ellos ganado de todas clases, y miraron en torno para ver qué les podía
proporcionar la naturaleza.
Había montañas y el país era hermoso de contemplar, pero a ellos no les interesaba nada sino
explorarlo.
La hierba, muy alta, crecía por doquier.
Pasaron allí aquel invierno, que resultó ser un invierno muy duro; durante el verano no habían
hecho acopio de víveres para mejor afrontarlo, y ahora andaban escasos de comida y faltaba la
caza.
Se trasladaron a la isla con la esperanza de que les ofreciera caza, o alguna ballena
embarrancada, pero allí había poca comida que encontrar, salvo para el ganado.
Entonces rogaron a Dios que les enviara algo que comer, pero la respuesta no llegó tan
prontamente como ellos hubieran deseado.
Entretanto, Thorhall el Cazador desapareció y salieron en su busca.
Lo buscaron durante tres días, y al cuarto Karlsefni y Bjarni lo localizaron en lo alto de un farallón.
Miraba fijamente al cielo, muy abiertos los ojos, la boca y las ventanas de la nariz, y se arañaba, se pellizcaba y murmuraba.
Le preguntaron qué estaba haciendo allí; él replicó que no era asunto suyo, y les dijo que no
debían sorprenderse, y que ya tenía edad suficiente como para cuidar de sí mismo sin su ayuda.
Le instaron a que volviera a casa con ellos y así lo hizo.
Un poco más tarde, embarrancó una ballena y se apresuraron a descuartizarla.
Nadie fue capaz de decir qué clase de ballena era, ni siquiera Karlsefni, que conocía a fondo estos animales.
Los cocineros cocieron la carne, pero en cuanto los hombres la hubieron comido cayeron
enfermos.
Entonces Thorhall el Cazador se adelantó y dijo:


«¿Acaso no se ha manifestado Barbarroja con más poder que vuestro Cristo?
Ésta es la recompensa que recibo por haber compuesto un poema para mayor gloria de Thor, mi patrón; él me ha fallado pocas veces».


Cuando los otros comprendieron el significado de lo que decía se negaron a volver a comer la
carne de la ballena, y la arrojaron desde un acantilado y se encomendaron a Dios.
Entonces el tiempo les concedió una tregua que les permitió salir de pesca, y después de aquello
no hubo más escasez de alimentos.
En primavera regresaron a Straumfjord e hicieron acopio de víveres: caza de tierra firme, huevos de la isla y peces traídos del mar.

10/23/2016

VII KARLSEFNI EN GROENLANDIA

Había un hombre llamado Thorfinn Karlsefni, que era el hijo de Thord Cabeza de Caballo, y que vivía en el norte de Islandia, en Skagafjord, en un lugar antes llamado Reynines y que hoy se llama Stad.
Karlsefni era un hombre muy rico y de noble linaje; su madre se llamaba Thorunn.
Era un mercader al que su oficio llevaba a mares lejanos, y tenía buena reputación como tal.
Un verano aparejó su nave para emprender viaje a Groenlandia; Snorri Thorbrandsson de
Alptafjord se unió a él, y reunieron cuarenta hombres entre los dos.
Un hombre llamado Bjarni Grimolfsson, de Breidafjord, y su socio, un hombre llamado Thorhall Gamlason, de los fiordos del Este, aparejaron también su nave para viajar a Groenlandia aquel mismo verano, con otros cuarenta hombres a bordo.
Cuando todo estuvo preparado, los dos barcos se hicieron a la mar.
No hay relato alguno que diga cuánto tiempo estuvieron en el mar, pero ambas naves arribaron a Eiriksfjord en otoño.
Eirik y algunos otros colonos bajaron a caballo hasta donde descansaban las naves, y el comercio que siguió contentó a todos.
Los capitanes invitaron a Eirik a que tomara lo que quisiera de entre sus mercancías; Eirik no iba a ser menos en lo que a generosidad se refiere e invitó a ambas tripulaciones a que se alojaron en Brattahlid durante todo el invierno.
Los comerciantes aceptaron su oferta y fueron a casa de Eirik.
Acarrearon sus mercaderías a Brattahlid, donde había bastantes almacenes, todos ellos amplios y apropiados, y allí las guardaron.
Los comerciantes pasaron un agradable invierno en compañía de Eirik, pero, a medida que se
acercaba la Navidad, éste mostraba cada vez mayor tristeza.
Un día Karlsefni habló a Eirik y dijo:

«¿Hay algo que marche mal, Eirik? Siento que estás mucho más decaído que antes.
Nos has brindado la hospitalidad más sincera y es nuestro deber corresponder a tu amabilidad lo mejor que podamos.
Cuéntame, ¿cuál es la causa de tus preocupaciones?».
«Habéis aceptado mi hospitalidad con cortesía y buenas maneras», respondió Eirik, «y no se me
ocurre a mí pensar que nuestro mutuo trato vaya a traeros descrédito alguno, sino muy al contrario. Estoy triste porque no me gustaría que se dijera que soportasteis una Navidad tan miserable como la que ahora se anuncia».
«No hay razón para tus temores, Eirik», dijo Karlsefni.
«Trajimos con nosotros malta, harina y trigo en abundancia, y se encuentra a tu disposición todo lo que de ello precises para preparar un banquete tan copioso como tu generosidad exige.»

Eirik aceptó la oferta, y se hicieron los preparativos para la fiesta de Navidad, y ésta resultó tan
completa que los convidados pensaron que pocas veces habían asistido a una tan magnífica.
Pasada la Navidad Karlsefni se acercó a Eirik y le pidió la mano de Gudrid Thorbjarnardottir, a quien creía bajo la tutela de Eirik, porque pensaba que era una mujer hermosa y capaz.
Eirik le aseguró que respaldaría firmemente su petición, y dijo que ella era merecedora del mejor partido.

«Y es probable que ella cumpla su destino casándose contigo», dijo.

Añadió que había oído a muchos elogiar a Karlsefni.
Transmitieron a Gudrid la oferta de matrimonio y ella consintió en aceptar el consejo de Eirik, y, para no hacer de ello una larga historia, el resultado fue que se celebró el matrimonio, y que a la fiesta de Navidad sucedió la fiesta de bodas. Aquel invierno en Brattahlid les regaló días felices, y jugaron al ajedrez, se contaron historias y gozaron de los muchos entretenimientos que dan calor a una familia.

VI THORSTEIN EIRIKSSON MUERE

Sucedió que Thorstein Eiriksson pidió la mano de Gudrid Thorbjarnardottir; la petición fue bien recibida tanto por ella como por su padre, Thorbjorn.
Se llegó a un acuerdo, y Thorsíein tomó por esposa a Gudrid en Brattahlid, en otoño.
El banquete de bodas estuvo muy concurrido y fue del gusto de todos.
Thorstein poseía una granja en Lysufjord, en la Colonia Occidental.
Otro hombre, también llamado Thorstein, era dueño de la mitad de aquella propiedad, y tenía una mujer llamada Sigrid.
Thorstein Eiriksson, junto con su mujer Gudrid, se mudó a Lysufjord en otoño para pasar el invierno con su tocayo, y allí se les dio una cálida bienvenida.
A comienzos del invierno una enfermedad brotó entre los habitantes de la granja.
El capataz, un hombre impopular llamado Gardi, fue el primero en caer enfermo y en morir.
En seguida muchos otros contrajeron el mismo mal, y fueron muriendo uno tras otro.
También enfermaron Thorstein Eiriksson y Sigrid, la mujer de su tocayo.
Una noche Sigrid quiso salir al retrete que había frente a la puerta principal.
Gudrid la acompañó.
Mientras aún estaban fuera, mirando hacia la puerta, Sigrid gritó:

«¡Oh!».
«Hemos sido muy imprudentes», dijo Gudrid.
«No deberías haber salido con este frío. Apresurémonos a entrar en casa.»
«No voy a entrar ahora», replicó Sigrid, «porque todos los muertos están alineados ante la puerta. Puedo ver a tu marido Thorstein entre ellos y también puedo verme a mí misma allí.
¡Qué horrible visión!».




Pero aquello pasó y Sigrid dijo:
 «Ya no los veo».

También se había desvanecido el capataz muerto, a quien ella creía haber visto azotando a los
otros con un látigo. Tras esto las mujeres volvieron adentro.
A la mañana siguiente Sigrid ya había muerto, e hicieron un ataúd para ella.
Aquel mismo día algunos hombres salieron de pesca, y Thorstein de Lysufjord los acompañó hasta el embarcadero; al anochecer bajó otra vez a ver cuánto habían pescado.
Entonces Thorstein Eiriksson le envió un mensaje pidiéndole que volviera en seguida porque el
desorden reinaba en la casa, y el cadáver de Sigrid trataba de levantarse para meterse en la cama con él.
Cuando Thorstein de Lysufjord regresó, ella ya estaba junto al lecho de su tocayo; la agarró con fuerza y le clavó un hacha en el pecho.
Thorstein Eiriksson murió al anochecer.
El otro Thorstein le dijo a Gudrid que se acostara y que durmiera, asegurándole que él velaría los cadáveres hasta el día siguiente.
Ella se metió en la cama y cayó dormida al instante.
Recién entrada la noche, el cadáver de Thorstein Eiriksson se incorporó y habló; dijo que quería que Gudrid acudiera a su presencia, pues deseaba hablar con ella:


«Es la voluntad de Dios que a mí se me conceda esta hora para que pueda arrepentirme de lo que hice en vida».


El otro Thorstein fue en busca de Gudrid y la despertó.
Le dijo que se santiguara y que rezara pidiendo ayuda a Dios.


«Thorstein Eiriksson me ha dicho que quiere hablarte», dijo.
«Debes decidir qué hacer por ti misma; yo no puedo señalarte el camino».


Gudrid contestó:


«Es muy probable que este misterioso acontecimiento termine en algo que se recuerde para
siempre. Pero confío en la protección divina, y contando con la misericordia de Dios, correré el riesgo de hablar con él, pues nunca podría evitar sufrir daño si ello es a lo que se me ha destinado, y peor aún sería que su cadáver echase a andar y nos siguiese rondando, como sospecho que sucedería si yo eligiera el camino más fácil».


Así que Gudrid fue a ver a Thorstein, y le pareció que estaba derramando lágrimas.
Thorstein le susurró al oído unas pocas palabras que sólo ella pudo oír, y entonces dijo:


«Benditos sean aquellos que son fieles a su fe, porque hallarán salvación y misericordia; pero»,
añadió, «hay muchos que no cumplen como deben con los preceptos de su fe».
«Es una mala costumbre la que se ha adquirido aquí en Groenlandia tras la llegada del
cristianismo, dar sepultura a la gente en tierra no consagrada, sin apenas honras fúnebres.
Quiero que me llevéis a la iglesia en compañía de aquellos otros que han muerto aquí, todos
excepto Gardi, a quien quiero que quemen en una pira tan pronto como sea posible, porque es él el responsable de todos los encantamientos que han tenido lugar aquí este invierno.»


También le habló a Gudrid acerca de su futuro y le predijo un destino magnífico, pero le advirtió que no debía casarse con un groenlandés.
Por último la instó a que donara el dinero de ambos a la Iglesia o lo repartiese entre los pobres; y, dicho esto, se desplomó por segunda vez.
Era costumbre en Groenlandia, desde la llegada del cristianismo, enterrar a la gente en suelo no consagrado, cerca de las granjas donde hubieran muerto; se hincaba en la tierra una estaca
encima del pecho del difunto, y más tarde, cuando llegaban los sacerdotes, arrancaban la estaca y derramaban agua bendita en el hoyo, y se celebraban las exequias, sin que importara el tiempo transcurrido desde el entierro.
Llevaron los cuerpos a la iglesia de Eiriksfjord y los sacerdotes oficiaron los funerales.
Algún tiempo después murió Thorbjorn Vifilsson, y su hija Gudrid lo heredó todo.
Eirik el Rojo la acogió en Brattahlid y cuidó bien de ella y de todos sus asuntos.

V LEIF DESCUBRE VINLANDIA

Eirik estaba casado con una mujer llamada Thjodhild, y tenía dos hijos, Thorstein y Leif; ambos eran jóvenes muy prometedores.
Thorstein vivía en casa con su padre, y nadie en Groenlandia era juzgado tan prometedor, en aquel tiempo.
En verano Leif había partido de Groenlandia con destino a Noruega, donde residiría junto al rey Olaf Tryggvason.
Pero durante el viaje su nave fue arrastrada fuera de rumbo, yendo a parar a las Hébridas.
Él y sus hombres permanecieron allí durante la mayor parte del verano en espera de vientos
favorables.
Leif se enamoró allí de una mujer llamada Thorgunna; era de noble cuna, y Leif se dio cuenta de que era dueña de una especial sabiduría.
Cuando estaba a punto de partir, Thorgunna le preguntó si podía ir con él.
Leif preguntó a su vez si sus parientes lo consentirían, y ella le respondió diciendo que no le
importaba.
Leif replicó que no juzgaba prudente raptar a una mujer tan bien nacida en un país extraño,


«porque no somos suficientes para salir con bien de la empresa».
«No estoy segura de que prefieras seguir el otro camino», dijo Thorgunna.
«Correré ese riesgo», replicó Leif.
«Entonces debo revelarte», dijo Thorgunna,
«que estoy embarazada, y que tú eres responsable del niño que espero. Presiento que daré a luz un hijo varón, cuando llegue el momento, y aun cuando tú te niegues a dejar que ello te afecte, me propongo criar al niño y enviártelo a Groenlandia tan pronto como pueda viajar en compañía de otros. Tengo la sensación de que tener un hijo conmigo te disgustará más de lo que te complace abandonarme.
Y de cualquier modo yo también tengo la intención de ir a Groenlandia alguna vez».


Leif le dio un anillo de oro, una capa de lana groenlandesa tejida en casa y un cinturón de marfil de morsa.
El niño, al que llamaron Thorgils, llegó tiempo más tarde a Groenlandia, y Leif lo reconoció como hijo suyo.
Algunas gentes cuentan que este Thorgils llegó a Islandia el verano anterior a que acontecieran las Maravillas del río Frod.
Thorgils marchó después a Groenlandia, y dicen que desde entonces y para siempre algo
misterioso pareció acompañarle.
Leif y sus hombres salieron navegando de las Hébridas y llegaron a Noruega en otoño.
Se unió a la corte del rey Olaf Tryggvason, que lo honró grandemente y lo juzgó hombre de
talento.


En cierta ocasión el rey habló con Leif y le dijo:
«¿Tienes la intención de ir en tu nave a Groenlandia este verano?» «Sí», respondió Leif, «si dais
vuestro consentimiento».
«Pienso que sería una buena idea», dijo el rey.
«Has de ir allí con la misión que ahora te encomiendo: predicar el cristianismo en Groenlandia.»
Leif dijo que era propio del rey mandar, pero añadió que en su opinión era esa una misión difícil de llevar a buen término en Groenlandia.
El rey replicó que no se le ocurría nadie mejor dotado que él para llevar a cabo aquella empresa,
«y tu buena estrella te ayudará».
«Ello sólo será así», dijo Leif, «si también cuento con el amparo de la vuestra».

Leif se hizo a la vela en cuanto estuvo dispuesto; tropezó con sucesivas dificultades en el mar, y
finalmente dio con unas tierras cuya existencia nunca hubiera sospechado.
Había allí campos de trigo silvestre,
«trigo que se sembró a sí mismo», y vides, y arces entre otros muchos árboles.
Tomaron muestras de todas aquellas cosas.
Leif se encontró con algunos marinos cuyo barco había naufragado y los llevó con él a su casa y
les brindó su hospitalidad, acogiéndolos durante todo el invierno.
Mostró su gran magnanimidad y bondad rescatando a aquellos náufragos, e iguales cualidades
probaría tener más tarde al introducir el cristianismo en el país.
Desde entonces se le conoció con el nombre de Leif el Afortunado.
Leif desembarcó en Eiriksfjord y volvió a su hogar en Brattahlid donde lo recibieron con los brazos abiertos.
En seguida comenzó a predicar el cristianismo y la fe católica por todo el país, revelando a las
gentes el mensaje del rey Olaf Tryggvason y descubriéndoles cuánta excelencia y cuánta gloria
había en esta fe.
Eirik se resistía a abandonar su vieja religión, pero su mujer, Thjodhild, se convirtió muy pronto e hizo que construyeran una iglesia, aunque no demasiado cerca de la granja.
La llamaron Iglesia de Thjodhild, y allí ella y otros muchos que también habían abrazado el
cristianismo elevaban sus plegarias.
Thjodhild se negó a seguir viviendo con su marido una vez se hubo convertido, y esto apenó
mucho a Eirik.
Se hablaba entonces mucho de ir en busca de aquel país que Leif había descubierto.
El que en ello más destacaba era su hermano Thorstein Eiriksson, hombre popular y bien
informado.
Muchos abordaban también a Eirik el Rojo, pues tenían gran fe en su previsión y buena estrella.
Eirik estaba al principio poco dispuesto, pero no pudo negarse cuando sus amigos lo apremiaron.
Así que aparejaron la nave que Thorbjörn Vifilsson había traído de Islandia y enrolaron una
tripulación de veinte hombres.
Llevaron consigo poco ganado, pero muchas armas y provisiones.
La mañana en que Eirik abandonó su casa para embarcarse, cogió un cofre lleno de oro y plata y lo ocultó.
Después partió a caballo, pero antes de que hubiera ido muy lejos fue arrojado a tierra por su
montura, se rompió algunas costillas, se hirió en el hombro y gritó:


«A-aay».

A raíz de ello envió un mensaje a su mujer pidiéndole que desenterrara el tesoro que había
ocultado, pues creía que había sido castigado por esconderlo.
Entonces se hicieron a la mar desde Eiriksfjord.
Se sentían felices e ilusionados por lo que esperaban encontrar, pero hubieron de lidiar con el mal tiempo, y fueron incapaces de alcanzar los mares que buscaban.


Un día avistaban Islandia; al otro veían pájaros que venían de Irlanda.
Su nave fue zarandeada de un lado a otro a través del océano.
En otoño emprendieron el regreso a Groenlandia y arribaron a Eiriksfjord al comienzo del invierno, derrotados por el desabrigo y la fatiga.


Entonces dijo Eirik:
«En verano, cuando navegabais alejándoos del fiordo, estabais mucho más alegres de lo que
estamos ahora, pero, por si sirve de consuelo, diré que creo que todavía hay muchas cosas
buenas aguardándonos».
«Sería un noble gesto»,opinó Thorstein, «proporcionar lo indispensable a todos aquellos que lo han perdido todo, y encontrarles alojamiento para el invierno».
«Hay mucha verdad en el dicho que afirma que uno nunca sabe hasta que le responden», dijo
Eirik, «y así ha ocurrido en este caso. Se hará como tú propones».


Todos aquellos que no tenían adonde ir bajaron a tierra y se alojaron en la casa de Eirik con éste y con su hijo.

Albondigas de Salmón con Salsa de Mostaza.

INGREDIENTES PRINCIPALES

  • Para las albóndigas:
  • 400 gr de salmón fresco
  • 1 huevo
  • Pan rallado
  • Sal
  • Eneldo
  • 1 cucharada de crema agria
  • Para la salsa:
  • 1 cebolla
  • Mantequilla
  • 1 cucharada de harina
  • 1/2 vaso de vino blanco
  • 1/2 vaso de agua
  • 1 cucharada de mostaza
  • 2 cucharadas de nata para cocinar
  • Sal y pimienta al gusto
PREPARACIÓN DE LA RECETA.
 
  Para preparar la receta de Albóndigas de salmón con salsa de mostaza:
  • Primero, haremos las albóndigas.
  • Limpiamos bien el salmón y nos aseguramos de que no le quedan espinas. Lo ponemos a trozos en la picadora y lo picamos.
  • En un bol, batimos un huevo. Añadimos el salmón picado, la sal, el eneldo, la crema agria y el pan rallado, y mezclamos hasta obtener una pasta homogénea. Cuando la tengamos lista, hacemos las bolitas con las manos, las pasamos por harina y las freímos en aceite de oliva hasta que estén bien doradas.
Por otra parte, hacemos la salsa de mostaza.
Picamos una cebolla en la picadora para que quede muy fina. Ponemos un poco de mantequilla en un cazo y rehogamos la cebolla. Después, añadimos una cucharada de harina y dejamos que se tueste un poco. Agregamos el vino y el agua y lo dejamos hervir unos minutos. Por último, retiramos del fuego y le añadimos la mostaza, la nata y sal y pimienta al gusto.
Servimos las albóndigas con la salsa y a disfrutarlas.

IV LA PEQUEÑA SIBILA Y GUDRID

 Por aquel tiempo hubo verdadera hambre en Groenlandia.
Aquellos que habían partido en expediciones de caza habían tenido poco éxito y algunos de ellos ni siquiera volvieron.
Había en la Colonia una mujer que se llamaba Thorbjorg; era profetisa y la conocían con el nombre de la Pequeña Sibila.
Había tenido nueve hermanas, pero ella era la única que seguía viva.
Era su costumbre asistir a las fiestas en invierno; la invitaban siempre, especialmente aquellos que sentían una mayor curiosidad por conocer su propio porvenir o las perspectivas de la estación.
Siendo Thorkel de Herjolfsnes el principal granjero del distrito, se pensaba que era suya la
responsabilidad de averiguar cuándo llegarían a su fin las penalidades por las que atravesaban.
Así pues, Thorkel invitó a la adivina a su casa y preparó para ella un buen recibimiento, como era costumbre cuando se recibía a una mujer de su condición.
Se dispuso un sitial para ella y se colocó en él un cojín, relleno, como debía, de plumas de gallina.
Llegó al caer la noche con el hombre que había sido enviado a escoltarla. Iba vestida de esta manera: llevaba una capa azul atada con tiras de cuero, toda ella adornada con gemas hasta el dobladillo; tenía un collar de cuentas de vidrio; cubría su cabeza una capucha negra de piel de cordero, forrada con la piel de un gato blanco.
Llevaba un bastón con empuñadura de cobre incrustada de piedras preciosas.
Rodeaba su cintura un cinto de yesca, del cual pendía una bolsa grande y en ésta guardaba los
talismanes que necesitaba para su magia.
Calzaba sus pies con peludos zapatos de piel de becerro cuyos largos y gruesos cordones
terminaban en grandes botones de latón.
Enfundaba sus manos en guantes de piel de gato forrados de piel blanca.
Cuando ella entró en la sala, todos se sintieron obligados a darle una respetuosa bienvenida, y
Thorbjorg respondió a cada uno según la opinión que le merecía.
Thorkel la tomó de la mano y la condujo al asiento que habían preparado para ella.
Le pidió entonces que posara la mirada sobre su casa, su familia y sus rebaños.
Por el momento ella tenía poco que decir.
Más tarde sirvieron las mesas; y esto es lo que tuvo de comida la profetisa: le dieron gachas
hechas con leche de cabra, y un segundo plato de corazones de las varias clases de animales de
que allí se podía disponer.


Usó una cuchara de latón, y un cuchillo con mango de colmillo de morsa montado con dos anillos
de cobre, y con la punta de la hoja rota.
Cuando hubieron recogido las mesas, Thorkel se acercó a Thorbjorg y le preguntó si la habían
complacido su casa y el comportamiento de los presentes, y que cuánto tardaría en responder a la
pregunta cuya respuesta todos ansiaban conocer.
Ella replicó que no daría respuesta alguna hasta la mañana siguiente, una vez hubiera pasado allí
la noche durmiendo.
Avanzado el día siguiente, la proveyeron de todos los preparados que necesitaba para sus
brujerías.
Solicitó la ayuda de aquellas mujeres que recordaran los conjuros, conocidos por el nombre de
Vardlokur (Cantos de Vardlok), de los que precisaba para hacer su magia, pero ninguna tenía
noción alguna de aquella ciencia.
Así que se hicieron averiguaciones entre toda la gente de la granja para ver si alguien conocía los
cantos.


Entonces Gudrid dijo:
«No soy ni una hechicera ni una bruja, pero cuando vivía en Islandia mi madre adoptiva, Halldis, me enseñó conjuros a los que llamaba Cantos de Vardlok».


Thorbjorg dijo:
«Entonces es ésta una buena oportunidad de aprovechar tus conocimientos».
«Ésta es la clase de saber y ceremonia con la que no quiero tener nada que ver», dijo Gudrid,
«porque soy cristiana».
«Bien pudiera ser», dijo Thorbjorg, «que con esto sirvieras de ayuda a otros, y no por ello serías una mujer peor.
Pero lo dejaré en manos de Thorkel, puesto que él es quien debe proveerme de todo lo necesario».

Así que Thorkel hizo valer la ascendencia que tenía sobre Gudrid, y ésta consintió en hacer lo que él deseaba.
Las mujeres formaron un círculo en torno a la plataforma ritual, sobre la que tomó asiento la propia Thorbjorg.
Entonces Gudrid cantó los cantos tan bien y tan bellamente que los presentes estaban seguros de que jamás habían oído voz más hermosa.


La profetisa le dio las gracias por su canto.
«Hay ahora aquí muchos espíritus», dijo Thorbjorg, «a los que hechizó el cantar, y que antes
habían intentado rehuirnos para no debernos obediencia.
Y ahora se me revelan muchas cosas que antes permanecían ocultas, tanto para mí como para los otros».
«Y os digo que esta hambre no durará mucho más, y que todo mejorará con la llegada de la
primavera. La epidemia, que ha persistido durante tanto tiempo, remitirá antes de lo esperado.»

«Y en cuanto a ti, Gudrid, te recompensaré en este mismo instante por la ayuda que nos has
prestado, pues ahora puedo ver tu entero destino con gran claridad.
Contraerás el más distinguido de los matrimonios, aquí en Groenlandia, pero no durará mucho ya
que todos tus caminos conducen a Islandia.
Allí iniciarás un linaje grande y eminente, y sobre tu progenie brillará una luz muy clara.
Y ahora, hija mía, adiós y que la suerte te acompañe.»







Entonces todos se acercaron a la profetisa y cada uno preguntaba aquello que más deseaba saber.
Ella les respondió de buena gana, y hubo pocas cosas que no sucedieran tal como ella había
predicho.
Luego llegó un mensajero desde una granja vecina buscando a Thorbjorg y ella marchó con él.
En cuanto la profetisa se hubo ido enviaron a por Thorbjörn, que se había negado a quedarse en la casa mientras se llevaban a cabo tales prácticas paganas.
El tiempo mejoró rápidamente a medida que se acercaba la primavera, tal como Thorbjorg había anunciado.
Thorbjörn aparejó su nave y partió hacia Brattahlid, donde Eirik el Rojo lo recibió con los brazos abiertos, y dijo que le alegraba su llegada.
Thorbjörn y su familia pasaron con Eirik el invierno siguiente.
Y ya en primavera Eirik dio a Thorbjörn tierras en Stokkaness, donde éste construyó una buena casa en la que vivió de entonces en adelante.