10/30/2016

El Año Nuevo de las brujas.

En la tierra de mis abuelos la llaman “La noche más oscura” o “La noche de las brujas”. La noche en la que el velo entre los mundos se hace más tenue, casi imperceptible. Noche mágica y tenebrosa en la que los muertos pueden regresar y caminar entre los vivos como uno más. Noche de brujas,
hechizos y encantamientos. Noche de fantasmas, de historias de terror y de recuerdos.
El sincretismo popular convierte el hogar en una noche de luces tintineantes, cubiertas de aromas a aceites perfumados y hierbas aromáticas. Ceras de miel y velas flotantes que danzan en agua almizclada iluminando con su luz parpadeante rostros queridos, antepasados desconocidos, e infinidad de representaciones religiosas.
Noche para no dormir, pues hay que ver el sol salir. Familias velando cementerios, quien sabe si para proteger a los vivos de los muertos, o para ver levantarse a estos.

Una campanilla colgada del dintel de una ventana entreabierta, hará que las “visitas” puedan avisar antes de entrar. Una cena familiar , una silla vacía por los que ya no están y nos quieren acompañar. Unas gotas de aceite perfumado sobre la almohada y la frente de los niños, para que no importunen sus sueños esta noche. Ramilletes y cuencos con agua salada bajo las camas.

Pues si bien algunos son bien recibidos, a otros muchos, los perdidos, les mantendrá alejados de los niños. Y para ellos, los pequeños de la casa, dulces al amanecer del nuevo día.
 
Costumbres y creencias arraigadas que lejos de desaparecer se fusionaron con la cristianización, hasta crear una extraña suerte de cultos familiares y locales a los difuntos, por toda nuestra geografía. Como alguien me dijo una vez << La verdad ante la imposición se queda latente hasta volver a emerger>>.

La verdad es que esta noche era como conocida como Samhain en las culturas celtas, era el fin de su calendario, el año nuevo, frontera entre lo humano y lo sagrado, lo divino. La puerta al invierno, a la época oscura y fría donde todo queda adormecido a la espera de renacer en la primavera. Época en la que los rebaños bajan de las montañas, las hierbas, los frutos y conservas llenan las alacenas, y la cosecha recogida aguarda en los graneros el paso del invierno.

Los celtas celebraban esta fiesta con ritos de purificación que ayudaban a prepararse para el ciclo entrante, en ellos se recitaban probablemente antiguos mitos, pues su tradición era oral, usando la adivinación para ver lo que estaba por llegar o comunicándose con sus antepasados esperando así, ser guiados en esta vida hacia la inmortal.

Jack O'Lantern.


En el origen de otra de las tradiciones de la noche de Halloween: las famosas calabazas talladas, encontramos también una leyenda de origen celta, a caballo entre Irlanda y Escocia, sobre un tal Jack, apodado el Tacaño – Stingy Jack para los amigos –, un granjero tramposo y estafador que disfrutaba haciendo la vida imposible a sus vecinos. Tan malas artes tenía el individuo, que la gente empezó a compararlo al mismísimo Satanás.
 
El Diablo, a quien llegó aquel rumor, quiso conocer a aquella alma tan negra y demostrar, de paso, que no tenía rival en lo que a maldades se refiere.
 
Disfrazado como un hombre corriente, acudió al pueblo y se puso a beber con Jack en la taberna durante varias horas. Cuando Satanás desveló quien era, y que había ido a llevárselo para hacerle pagar por sus pecados, Jack le pidió una última ronda de vino como última voluntad. El Diablo, que al parecer también tiene su corazoncito, le concedió el deseo.
 
Llegó el momento de abonar las consumiciones y ninguno de los dos tenía dinero suficiente, así que Jack retó a Lucifer a convertirse en una moneda para pagar la ronda y demostrar de paso sus poderes. Satanás lo hizo, pero en lugar de pagar con la moneda, Jack la metió en su bolsillo, donde llevaba un crucifijo de plata.
 
Incapaz de salir de allí, Satanás rogó al granjero que le dejara libre, pero Jack no estuvo dispuesto a hacerlo hasta que no le prometiese que regresaría al infierno y que no lo molestaría durante un año.
 
Pasado el plazo, el Diablo se presentó de Jack con la intención de arrastrarlo al averno y torturarlo por toda la eternidad pero, de nuevo Jack pidió un último deseo. Esta vez, solicitó de Satanás que cogiera una manzana situada en lo alto de un árbol. El Diablo accedió e intentó agarrar la manzana, pero cuando estaba en el árbol Jack aprovechó para tallar una cruz el tronco. Otra vez vencido y atrapado, a Satanás no le quedó más remedio que prometer que no molestaría al malvado Jack el tacaño hasta pasados diez años y que nunca reclamaría su alma ni la conduciría al infierno para atormentarla.
 
Poco tiempo después Jack, el Tacaño, murió. Fue detenido en las puertas del cielo, negándole el acceso a alma tan perversa y enviándolo al averno. Sin embargo, allí tampoco se le permitió entrar, a causa del pacto que había hecho con el Diablo, quien lo expulsó de su reino y lo condenó a vagar por los caminos, donde debía deambular con un nabo hueco en el que un carbón ardiendo sería la única luz que lo guiaría en su vagar entre los reinos del bien y el mal.
 
Con el paso del tiempo, Jack, el Tacaño, fue conocido como Jack el de la Linterna o "Jack of the Lantern", nombre que se abrevió al definitivo "Jack O'Lantern". Esta es la razón de usar nabos (y más tarde calabazas, al ser más grandes y fáciles de tallar) para alumbrar el camino a los difuntos durante la noche de Halloween.

10/27/2016

XIV LOS DESCENDIENTES DE KARLSEFNI

Dos veranos más tarde, Karlsefni regresó a Islandia en compañía de su hijo Snorri, y se dirigió a su granja de Reynines.
Su madre juzgó que se había casado con una mujer indigna de él, y no se quedó aquel primer
invierno en la casa de su hijo.
Pero, cuando tuvo ocasión de comprobar que Gudrid era una mujer excepcional, volvió a casa y se llevó bien con ella.
Snorri Karlsefnisson, el hijo de Karlsefni, tuvo una hija llamada Hallfrid, que sería la madre del obispo Thorlak Runolfsson.
Karlsefni y Gudrid tuvieron otro hijo, llamado Thorbjorn, que sería el padre de Thorunn, la madre del obispo Björn.
Snorri Karlsefnisson tuvo un hijo llamado Thorgeir, que sería el padre de Yngvild, la madre del primer obispo Brand.


                              FIN DE LA SAGA

XIV LOS DESCENDIENTES DE KARLSEFNI

Dos veranos más tarde, Karlsefni regresó a Islandia en compañía de su hijo Snorri, y se dirigió a su granja de Reynines.
Su madre juzgó que se había casado con una mujer indigna de él, y no se quedó aquel primer
invierno en la casa de su hijo.
Pero, cuando tuvo ocasión de comprobar que Gudrid era una mujer excepcional, volvió a casa y se llevó bien con ella.
Snorri Karlsefnisson, el hijo de Karlsefni, tuvo una hija llamada Hallfrid, que sería la madre del obispo Thorlak Runolfsson.
Karlsefni y Gudrid tuvieron otro hijo, llamado Thorbjorn, que sería el padre de Thorunn, la madre del obispo Björn.
Snorri Karlsefnisson tuvo un hijo llamado Thorgeir, que sería el padre de Yngvild, la madre del primer obispo Brand.


                                                             FIN DE LA SAGA

XIII LA MUERTE DE BJARNI GRIMOLFSSON

El barco de Bjarni Grimolfsson fue arrastrado por el viento al Mar de Groenlandia.
Se habían metido, inopinadamente, en aguas infestadas de gusanos y, antes de darse cuenta, el
vientre del barco estaba acribillado bajo sus pies y empezó a hundirse.
Discutieron acerca de lo que debían hacer.
Disponían de un bote que habían protegido con brea hecha con grasa de foca; se dice que los
gusanos de concha no pueden penetrar la madera calafateada tal como aquélla lo había sido.
La mayor parte de la tripulación opinó que debían cargar ese bote con tanta gente como pudiera soportar.
Pero cuando comprobaron la cabida del bote vieron que éste sólo podía llevar a la mitad de ellos.
Entonces Bjarni dijo que los ocupantes del bote debían ser elegidos por sorteo y no atendiendo a su rango.
Pero, desoyendo a Bjarni, todos intentaban meterse en el bote.
Éste, sin embargo, no podía acogerlos a todos, y, comprobado este extremo, acordaron al fin
aceptar la idea de echar a suertes las plazas disponibles.
Cuando se efectuó el sorteo, la fortuna decidió que el propio Bjarni, junto con cerca de la mitad de la tripulación, ganara una plaza, y todos ellos abandonaron el barco para ir en el bote.
Cuando estuvieron en él, un joven islandés que había sido compañero de a bordo de Bjarni le
preguntó:


«¿Vas a dejarme aquí, Bjarni?».
«Así ha de ser», contestó Bjarni.
«Pero no es eso lo que prometiste cuando dejé la granja de mi padre en Islandia para ir contigo», dijo el joven.
«No veo ninguna otra salida», dijo Bjarni.
«¿Se te ocurre a ti algo mejor?»
«Propongo cambiar nuestros puestos; que tú subas aquí y que yo baje ahí.»
«Así se hará», dijo Bjarni.
«Puedo ver que no escatimarás esfuerzo alguno para salvar tu vida, y también veo tu temor a la
muerte.»


Así que intercambiaron sus sitios.
El islandés entró en el bote y Bjarni volvió a bordo de la nave.
Y se dice que Bjarni y todos los que permanecieron con él en el barco perecieron en el Mar de los Gusanos.
Aquellos que pudieron entrar en el bote se alejaron navegando y tocaron tierra, y allí contaron esta historia.

10/26/2016

XII THORVALD EIRIKSSON MUERE

Un día, por la mañana, Karlsefni y sus hombres vieron que algo resplandecía en la parte más
distante del claro, y vocearon para llamar su atención.
Aquello se movió y resultó ser un unípedo que se acercó brincando a la nave donde Thorvald, el
hijo de Eirik el Rojo, estaba sentado al timón.
El unípedo le disparó una flecha que lo alcanzó en la ingle.
Thorvald se arrancó la flecha y dijo:


«Es un país rico este que hemos encontrado; una capa de grasa viste mis entrañas».


Poco después la herida acababa con él.
El unípedo escapó velozmente en dirección norte.
Karlsefni y sus hombres trataron de darle caza y lo vislumbraron más de una vez mientras
proseguía su huida.
Finalmente desapareció dentro de un arroyo y los perseguidores se resignaron al fracaso y
regresaron.
Uno de los hombres recitó esta estrofa:


«Sí, es cierto, nuestros hombres acosaron al unípedo camino del mar; la sobrenatural criatura
corría como el viento por encima de la tierra más áspera; escucha esto, Karlsefni.»


Entonces se alejaron navegando con rumbo norte, y pensaron que podían visitar la Tierra del
unípedo, pero decidieron no arriesgar más veces la vida de la tripulación.
Calcularon que las montañas que tenían al alcance de la vista se correspondían a grandes rasgos con aquellas que había en Hope, y que todas formaban parte de la misma cordillera, y estimaron que ambas regiones equidistaban de Straumfjord.
Regresaron a Straumfjord y pasaron allí el tercer invierno.

   
Pero entonces las riñas se desataban con reiterada frecuencia; aquellos que seguían solteros
importunaban continuamente a los hombres casados.
Transcurría el primer otoño cuando nació Snorri, el hijo de Karlsefni; tenía tres años cuando se marcharon.
Se hicieron a la mar delante de un viento del sur y llegaron a Markland, donde toparon con cinco skraelingar, un hombre barbado, dos mujeres y dos niños.
Karlsefni y sus hombres capturaron a los dos niños, pero los otros lograron zafarse y
desaparecieron debajo de la tierra.
Llevaron a los niños con ellos, les enseñaron a hablar su lengua y los bautizaron.
Los niños dijeron que su madre se llamaba Vaetild y su padre Ovaegir.
Contaron que dos reyes, uno de los cuales se llamaba Avaldamon y el otro Valdidida, reinaban en el país de los skraelingar.
Dijeron que allí no había casas y que la gente vivía en cuevas o en hoyos excavados en la tierra, y que también había un país al que se accedía atravesando el suyo, en el que la gente iba por todas partes vestida de blanco y profería alaridos y llevaba palos de los que pendían pedazos de tela.
Se piensa que ese país era Hvitra-mannaland (la Tierra de los Hombres Blancos). Por fin arribaron a Groenlandia y pasaron el invierno en compañía de Eirik el Rojo.

XI LOS SKRAELINGAR ATACAN

De pronto, una mañana temprano, en primavera, vieron un gran enjambre de canoas de cuero que se acercaba desde el sur, rodeando el promontorio, una horda tan densa que parecía que el
estuario estaba sembrado de carbón, y se blandían palos en todas las canoas.
Los hombres de Karlsefni alzaron sus escudos y los dos grupos se entregaron al comercio.
La tela roja era la mercancía que más deseaban comprar los nativos; también querían comprar
espadas y lanzas, pero Karlsefni y Snorri prohibieron esa venta.
A cambio de las telas entregaban pieles grises.
Los nativos tomaban un palmo de paño rojo por cada piel y ataban las telas alrededor de sus
cabezas.
El trueque se desarrolló de ese modo durante algún tiempo, hasta que la tela empezó a escasear; entonces Karlsefni y sus hombres las cortaron en piezas que no eran más anchas que un dedo, pero los skraelingar pagaron por ellas tanto o más que antes.



Entonces sucedió que un toro que pertenecía a Karlsefni y sus hombres salió a la carrera de los
bosques, bramando furiosamente.
El terror se apoderó de los skraelingar, que corrieron a sus canoas y se alejaron remando hacia el sur y rodearon el promontorio.
Después de aquel suceso los skraelingar no dieron señales de vida durante tres semanas enteras.
Pero a su término los hombres de Karlsefni vieron un enorme número de canoas que se acercaban desde el sur, derramándose como un torrente.
Esta vez blandían los palos en la dirección opuesta a la que sigue el sol y todos los skraelingar
aullaban.
Karlsefni y sus hombres alzaron entonces escudos rojos y avanzaron hacia ellos.
Cuando se produjo el choque nació una feroz batalla, y una granizada de proyectiles partió de las catapultas de los skraelingar y vino volando sobre ellos.
Karlsefni y Snorri vieron cómo izaban una gran esfera de color azul oscuro a un poste.
La esfera pasó volando sobre las cabezas de los hombres de Karlsefni y produjo un horrible
estrépito cuando dio contra el suelo.
Aquello causó en Karlsefni y los suyos espanto tan grande que su único pensamiento fue el de huir, y se retiraron subiendo por las márgenes del río.
No se detuvieron hasta alcanzar unos riscos, donde se aprestaron a ofrecer firme resistencia.
Se aventuró Freydis a salir de su refugio y presenció la huida, y gritó:


«¿Por qué vosotros, hombres tan osados, emprendéis tan vergonzosa fuga ante enemigos tan
miserables como éstos? Deberíais ser capaces de degollarlos como si de ganado se tratara.
Si yo tuviera algún arma estoy segura de que podría enfrentarlos mejor que cualquiera de
vosotros».


Los hombres no prestaban atención alguna a lo que iba diciendo. Freydis trató de unirse a sus compañeros, pero no podía reducir la distancia que la separaba de ellos porque estaba embarazada.
 

Cuando penetró en los bosques en pos de ellos, los skraelingar estaban ya muy cerca.
Frente a ella yacía un hombre muerto, Thorbrand Snorrason, con una piedra incrustada en la
cabeza y con su espada a los pies. Agarró la espada y se dispuso a defenderse.
Cuando los skraelingar vinieron corriendo hacia ella, sacó uno de sus pechos del corpino y dio en él con su espada.
Al ver aquello cundió el pánico entre los skraelingar, que corrieron a sus canoas y huyeron a toda prisa. Karlsefni y los suyos se acercaron a Freydis y encomiaron su bravura.


Dos de ellos habían perecido y cuatro de los skraelingar habían corrido la misma suerte, a pesar de que los enemigos de Karlsefni y sus hombres eran mucho más numerosos.
Retornaron a sus casas y se preguntaron acerca de la fuerza que había atacado desde el interior.
Se dieron cuenta, entonces, de que los únicos atacantes habían sido aquellos que habían venido
en canoa, y que la otra fuerza no había sido sino ilusión.
Los skraelingar hallaron al segundo normando muerto, cuya hacha reposaba a su lado.
Uno de ellos golpeó una roca con ella y la hoja se quebró; y juzgando al hacha carente de valor
porque no había podido aguantar el choque con la piedra, la arrojó lejos.
Karlsefni y los demás ya habían tenido ocasión de comprender que, a pesar de que la tierra aquella era excelente, no podrían disfrutar allí de una vida tranquila y libre de temores a causa de los nativos.
En consecuencia se aprestaron a abandonar el lugar y volver a casa.
Se marcharon navegando en dirección norte a lo largo de la costa.
Tropezaron con cinco skraelingar que dormían envueltos en pieles; junto a ellos había varios
recipientes llenos de tuétano de ciervo mezclado con sangre.
Los hombres de Karlsefni supusieron que habían sido expulsados del grupo que los había atacado, y los mataron.
Llegaron entonces a un promontorio en el que había numerosos ciervos; el promontorio semejaba un gigantesco pastel de estiércol, ya que los animales solían invernar allí.
Poco después Karlsefni y sus hombres llegaron a Straumfjord, donde abundaba todo aquello de lo que necesitaban.
Según cuentan algunos, Bjarni Grimolfsson y Freydis se habían quedado atrás, en Straumfjord, con cien personas, mientras Karlsefni y Snorri navegaban al sur junto con cuarenta hombres y, después de pasar dos meses escasos en Hope, volvían aquel mismo verano.
Karlsefni salió en su nave en busca de Thorhall el Cazador, mientras el resto de los expedicionarios permanecía donde estaba.
Navegó con rumbo norte hasta sobrepasar Kjalarnes y entonces viró hacia el oeste, dejando la
tierra a babor.
Era aquella una región boscosa, salvaje y desierta, y cuando la hubieron atravesado en su mayor parte llegaron a un río que corría en dirección este-oeste hasta perderse en el mar.
Penetraron en la desembocadura del río y se pusieron al pairo junto a la ribera sur.